jueves, diciembre 08, 2016
Caro Kann: el nombre de una apertura (edición fascimilar)
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Caro
Kann era la revista subterránea que hicimos con Claudio Francia, Daniel Pizá y
otros amigos en los años ochenta.
Una
revista así era una joya de la artesanía: todo se hacía a pulmón, cada
centímetro de revista resultaba extraordinariamente laborioso a fuerza de
tijera y plasticola.
Los
títulos se hacían con Letraset, unas letritas que se calcaban al papel rascando
una por una de una plancha traslúcida. Llegué a odiarlas con virtuosismo: eran
caras, nunca quedaban bien alineadas y siempre faltaban las letras más usadas.
Los
textos de los colaboradores había que irlos a buscar a las casas de cada uno,
caminando o en colectivo. Las fotos se buscaban en revistas y se recortaban una
a una rezando para que el precario sistema de impresión offset no las
destrozara, como efectivamente sucedía las más de las veces.
Pero el
esfuerzo mayúsculo era darle difusión: venderla a amigos, conocidos, en mano en
recitales, rogar en algunos kioscos que la aceptaran, enviar ejemplares a
diarios y revistas que podrían publicar algún comentario.
Pero
valía la pena. Estas revistas eran islas de resistencia del pensamiento
alternativo, en una época aún dictatorial, de olvido siempre gris, censora, de
una frivolidad sólo comparable a la época actual.
Y ese
deseo de expresión después de años de militarización florecía sin freno: en mi
clase Marcelo De Angelis dirigía Mol, otra revista subte, en cada colegio
parecía haber una al menos, la gente las comentaba, los diarios se fijaban en
nosotros.
Esa
subcultura que explotaba en teatros, en recitales, en la calle era un grito de
libertad y, quizás, la verdadera cultura, para desesperación de los escritores
oficiales y los hacedores de la nada en sus usurpados escritorios estatales.
Sin ser
abiertamente políticos (lo que hubiera significado una condena a muerte o algo
peor en la Argentina de esos años) quiero creer que fuimos de alguna manera, y
sin saberlo, subversivos.
La
sociedad, desbandada con el golpe, prohibido el derecho de reunión, eliminados
los partidos políticos, asesinados líderes y sindicalistas, trataba de unirse
de nuevo colándose por cualquier rendija.
La
gente nos llamaba al número de Relaciones Públicas que figuraba en la revista. Mi
amigo Walter había sido elegido para el cargo por su simpatía y por el hecho
trascendental de tener teléfono. Nos invitaban bandas nuevas, nos contactaban
artistas ya consolidados como León Gieco. Recibíamos pilas de cartas, de
poemas, de palabras de cariño.
Para mi
horror, también nos contactó un general del Ejército que se decía interesado en
contactar “con la juventud”, proponiendo un encuentro en la casa de gobierno.
Encuentro con jerarcas de la moribunda dictadura militar, inocuo en el mejor de
los casos, de cuya invitación bien me cuidé de no contestar jamás siquiera.
Me
siguen gustando mucho todos los poemas incluidos, menos los míos, salvo quizás
Service o Ciruelas. Y me sorprende el torrente de dibujitos que iba creando
para ilustrar cada rincón disponible de la revista, con abundante desparpajo,
quizás perdido para siempre.
Y es
grato ver ese hermoso poema de Juan Carlos Bustriazo, que me dedicó cuando yo
era todavía un pibe. No sé si está en algún libro de él, no me extrañaría que permaneciera
aún hoy inédito.
El del
kiosko de enfrente del Obelisco me dijo una vez que había gente que le
preguntaba cuándo iba a salir el número 3. ¡Teníamos fans! ¿Adónde hubiera
llegado Caro Kann, si no lo hubiera impedido la falta de plata, las novias o el denodado esfuerzo en conseguir alguna, la
universidad, las otras vidas?
Para
todos los que nos dieron apoyo en aquellos años aún turbios, acá está la
edición fascimilar de la colección completa de la mejor revista subte de la
calle Melincué (esquina Nazarre).
Y
¿quién sabe? Quizás algún día nos juntemos con los muchachos y cometamos un par
de números más.
Caro Kann 1 aquí
Caro Kann 2 aquí
Etiquetas: Caro Kann, poesía, Raúl Cristián Aguirre, Revistas subte